Observar es perseguir a un acento inconexo. No hay palabras flotantes...
Tienes que pararte a contemplar qué objeto ha usado esta vez el disfraz.
Juegas al escondite con la pupila, contando mentalmente lo que el espacio te ofrece.
Nada, quiero decir, nada definitivo. La mirada sigue tirando del hilo esperando una punzada que no llega. Tus ojos se retuercen y se congratulan, dubitativos de la expectación ambigua. Finalmente deciden cerrarse como una mano que saluda a una vieja conocida: con más tacto del que cabe en la piel. Y así se despiden: con el escenario esperando.
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